En muchas ocasiones echo de menos haber tenido otro estilo
de vida. Sobre todo últimamente. Muchos felices padres de familia no necesitan
nada más que a su lindo matrimonio y sus retoños para ser felices. Una vida en
la que, mientras tengas un colegio, la conversación de los otros padre con sus
polluelos y, como extravagancia, algún restaurante para cenar alguna (no muchas
) vez con la esposa, ya con eso es suficiente.
Yo tengo el problema que nací rata de ciudad. Y es más,
disfruto en ella. Me gusta poder levantarme y tener una gran oferta a mi
alrededor. Porque también hay gente que lo tiene… y no lo disfruta. Yo sí. Y no
me importa solo. Un parque, un paseo, un museo o una terraza..
Quien dice la ciudad también dice los amigos y conocidos.
Quedar con unos y otros: llamar, improvisar un café o tener todo un mes de
fines de semana con planes. Y que decir si se combinan ambas cosas: planes en
la ciudad con los amigos.
Tuve suerte de nacer en Madrid. Soy un enamorado de la vida
en la Villa y Corte. Desde el café de toda la vida con su camarero mayor detrás
de la barra, a los rincones hípster o los más chic y pijos. Todo me vale. Ojo,
que lo mismo seguro que diría si viviera en Barcelona, Londres o Berlín.
Por eso en sitios más pequeños me llego a ahogar. Valencia
creo que marca el límite, entre ciudad-ciudad y pueblo agrandado. De ahí para
abajo a la larga te ahogas.
Lo anterior es aplicable a España, y supongo que a nuestro
“primer mundo”. Por eso cuando llegue a Santiago me chocó. Ya no todo era
caminable, ya el metro no era un servicio público sino una tortura. Se acabaron
las calles con escaparates a pie de acera, la oferta de teatro o cultura. Se
acabó el tener mil cosas que hacer todos los findes…. Me he quejado una y mil
veces. Daban ganas de gritar y chillar. Pero casi cuatro años después, sino
acostumbrado, si resignado, logre hacerme una pandilla de gente, poder pasear
por algún rincón, y encontrar mis pequeños apoyos que impidieran volverme loco.
No mucho, no suficiente, pero al menos ahí…
Ahora, con los 40 soplándome ellos a mí, me encuentro con
que el destino le mete un tijeretazo a mi vida nuevamente, y me veo viviendo en
Lima. Cuando me mude a Santiago fue porque me echaron de mi casa a golpe de
paro. Esta vez me veo teniéndome que trasladar sin una pistola en la cabeza,
por seguir a Jorge y la carrera que en Lima se le abre. Pero yo ya conozco la
ciudad, se lo que hay, y todo mi cuerpo se estremece ante la posibilidad de dar
el paso. Una metrópolis de 7 millones que se reduciría para mí a Miraflores y
algo de Barranco. Una nueva casa que desarmar y muebles que vender. Unos amigos
que despedir y mucha soledad que volver a afrontar.
Es cansado. Agotador. La tarea de tener que volver a empezar
de nuevo, de volver a intentar conocer gente, sitios, bares… pero con la
limitación de que “mi ciudad” son apenas unas cuadras… y ni siquiera iguales en
calidad.
Ojala fuera tan fácil como “me llevo a mi mujer y mis niños,
una casa y un sofá, y listo”. Envidio esa sencillez, ese no necesitar nada más.
Puede que esto quede en nada y no me tenga que mover (que me
da que no será así). Puede que me quede en Santiago. Pero pido no dar un nuevo
paso atrás, que el caso de mi increíble vida menguante no termine con la poca
razón que me quede. Puede que regrese a casa. Puede que recupere mi casa y
amigos. Puede…
Besos&abrazos.